¡Otra loca!
Raquel
Eugenia Roldán de la Fuente
Cuando Lilí iba en secundaria, en la casa frente a donde vivían
ella y sus tíos, vivía una chica de la misma edad que ella, con la que había
hecho buena amistad, y también se llevaba bien con sus papás, don Chucho y doña
Estela.
Una noche, entre sueño y no sueño, Lilí alcanzó a escuchar el
portón de la casa de su amiga abrirse y cerrarse, pero no se llegó a despertar
del todo y no supo lo que ocurría: se llevaron a don Chucho de emergencia a
México, en una ambulancia para atenderlo allá de un viejo padecimiento cardiaco
que se le agravó repentinamente, y estaba sufriendo un infarto.
El camino de Chilpancingo a la ciudad de México es largo y don
Chucho murió durante el viaje. Pero nada de eso lo supo Lilí. En la mañana, salió como siempre de su casa
para ir a la escuela.
El portón de la casa de don Chucho estaba abierto y había sillas a
todo alrededor del patio y cochera. Eso no era extraño, pues era una familia de
muchas relaciones sociales y fiestas; si acaso, era un poco raro que empezaran
a preparar todo tan temprano. En una de las sillas estaba sentado don Chucho,
con un pantalón beige, una playera beige con franjas color crema y unas
sandalias de estar en casa. “¡Buenos días, don Chucho!”, saludó Lilí.
Él no le contestó, pero ella lo vio mirarla y sonreírle con esa
sonrisa suya tan afable. Lilí siguió caminando y, luego de unos pasos, oyó
abrirse la puerta de su propia casa; no volteó, pues sabía que era su tía que,
como todos los días, se asomaba a verla irse a la escuela.
Al volver de la escuela, al mediodía, la calle estaba atestada de
autos y sobre el portón de la casa de don Chucho, un enorme moño negro
comunicaba a los vecinos que la familia estaba de duelo. Lilí pensó que habría
muerto don Enrique, el anciano abuelito de su amiga, papá de doña Estela, que
ya estaba muy anciano y siempre se encontraba enfermo.
Cuando entró a su casa preguntó a su tío: “Oye, ¿qué, ya se murió don
Enrique?” “No, hija, ni te imaginas quién se murió”. “¿Pues quién…?” “Don
Chucho…” “¡¿Cómo?! Pero, ¿a qué hora? ¡Si en la mañana estaba bien, cuando me
fui a la escuela estaba sentado en la cochera!” “¡Otra loca! –exclamó el tío–.
Lo mismo dice tu tía, que cuando salió a verte ir ahí estaba, pero eso no es
posible pues murió en la noche, y no murió aquí sino en una ambulancia, en la
carretera a México”.
A Lilí no la convencieron de ir al velorio. Estaba impresionada
por la muerte del señor, pero mucho más impresionada porque ella lo había visto
en la mañana, como si estuviera vivo cuando ya había muerto.
La tía de Lilí se presentó a llevar unas flores, pero tampoco se
atrevió a entrar; hizo señas a la hermana de doña Estela, que salió a recibirle
las flores, y le contó lo que les había ocurrido a Lilí y a ella: “No sólo yo
lo vi, también lo vio Lilí, unos momentos antes que yo.
Ella iba como a media cuadra cuando me asomé a verla irse, y don
Chucho estaba sentado en una de esas sillas. Cuando lo saludé no me contestó,
pero volteó a verme y me sonrió. Y lo mismo dice Lilí, también a ella le sonrió
en lugar de saludarla”.
La hermana de doña Estela abrió tamaños ojos, y la tía de Lilí
continuó: “Tenía un pantalón beige y su playera, también beige, con rayas color
crema, y unas sandalias, las que usa cuando se pone a barrer o regar la calle”.
“Es la ropa que tiene puesta ahorita, en la caja. Sólo le quitamos las
sandalias…”
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